martes, 16 de septiembre de 2008

Espacios comunes

Los londinenses odian los espacios comunes. No es que no les gusten, es que los odian a muerte: las fachadas y entradas de las casas están completamente descuidadas, como si fueran casas abandonadas; las escaleras de los bloques de apartamentos están peor mantenidas que el pasaje subterráneo más cutre y sucio de Madrid, aunque luego el interior sea de lo más acogedor; en el ascensor, que también da asquito, la gente no dice ni buenos días, ni hola ni adiós, como mucho una sonrisa; si en el supermercado te tropiezas con alguien salta el automático "sorry", pero podrían darse de bruces con la reina y no darse cuenta porque no miran con quién se han tropezado. Mientras buscábamos piso vimos que la mayoría de las casas muestran evidentes signos de que sus habitantes no pisan por allí más que para dormir. Una de las que nos enseñaron tenía dos ocupantes que en cuatro meses habían utilizado tan poco la cocina que ni siquiera habían enchufado el frigorífico. En otra el casero nos dijo muy contento que a los otros dos inquilinos, un matrimonio de trabajadores, no se les oía nunca, que era como si no estuvieran allí.
Siete millones de habitantes empeñados en mantenerse incomunicados.

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